La última vez que Godzilla había pisado Sitges fue en 2004, cuando se programaron varias películas para conmemorar los cincuenta años de montaña radiactiva. Hace más de diez años de aquello, pero ya entonces el equipo de GodzillaEnCastellano como recordarán los más veteranos ya estuvo allí para cubrir el evento, y disfrutar en pantalla grande de algunas de las más significativas muestras de la larga filmografía del saurio.
El pasado 2015, tuve la oportunidad de volver al célebre festival con fines promocionales, pues presentaba mi libro sobre los Cazafantasmas, y mis acompañantes por lo que parece quedaron entusiasmados por el ambiente de puro cine y deleite que se vivía en la población costera con motivo del Festival.
Por ello, los mismos protagonistas de la aventura del año anterior, Nestor, Enrique y Alberto, me propusieron embarcarnos de nuevo a Sitges, en esta ocasión para centrarnos en sencillamente ejercer de espectadores. Por ello, cuando descubrí que Shin Gojira iba a proyectarse en rigurosa premiere europea en el Festival, decidimos que todo se había alineado para proporcionarnos una nuevo epopeya kilométrica y cinematográfica para el recuerdo. Por si fuera poco, gracias a las inconmensurables artes de José Luis, un experimentado amigo de la web, había conseguido embaucar a Jonathan para que asistiese también al evento. Jonathan y yo fuimos juntos en aquel último homenaje a Godzilla más de una década atrás (nuestro primer viaje a Sitges, en realidad) y ahora íbamos a poder añadir un nuevo capítulo conjunto a la historia de GodzillaEnCastellano. En ese tiempo, Jonathan había pasado de convertirse en un joven seguidor acérrimo del kaiju eiga a director, guionista y productor, siempre con Godzilla en su mente. Lo que son las cosas.
A la hora de comprar las entradas en preventa, cuando se abrió el plazo con un mes de antelación, descubrimos asimismo que Colossal, la última película dirigida por el siempre interesante Nacho Vigalondo, y que además poseía un contenido kaiju muy fuerte, también se iba a proyectar el mismo fin de semana que estábamos planeando acudir. Todo se configuraba para dotar el viaje de un halo monstruoso que envolvía esta nueva edición de Sitges. Un viaje que, como siempre, iba a ser más relámpago de lo que nos hubiese gustado. Al menos, esperábamos que fuese al menos tan intenso como el año pasado.
VIERNES 9 DE OCTUBRE
Alberto, Nestor, Enrique y yo habíamos fijado nuestra salida de Alicante antes de las 17:00 horas, pero como suele ocurrir en estos casos, un pequeño retraso en los preparativos nos hizo iniciar el viaje una media hora más tarde. El primer tramo del viaje transcurrió sin incidentes, hablando de cine, música, chemtrails y generadores de plasma, y tras casi tres horas al volante, hicimos nuestra primera escala en Castellón para recoger a Jonathan. Tras las oportunas presentaciones y el pertinente y fugaz tentempié en la cafetería El Racó de L’Illa (bastante abarrotado y con tapas muy presentables) reanudamos el viaje. No queríamos demorarnos mucho. Eran alrededor de las 20:00 y aún nos quedaba un buen trecho hasta Sitges.
El trayecto restante comenzó muy enérgico, con ecos a lo What is Love de Haddaway, y con parada para repostar incluida. Conforme se sumaban los kilómetros, y nos acercábamos a Sitges, el cansancio comenzó a aparecer paulatinamente, y las conversaciones fueron sosegándose. Recuerdo los últimos kilómetros por la autovía de peaje, donde apenas intervenía ninguno de nosotros. Lo normal para un viaje de casi 500 kilómetros. Pero la que probablemente fue la experiencia más agria del viaje estaba por llegar, pues a nuestra llegada al Hotel Sunway Playa Golf, donde teníamos que hacer el “check-in” del apartamento que habíamos reservado, a causa de una confusión del personal del hotel y ante la no colaboración del personal del establecimiento, tuvimos que pagar el total del alojamiento cuando ya habíamos adelantado una parte. En un viaje donde el tiempo es oro y el descanso va a ser nimio, perder minutos en resolver problemas que no habíamos generado nosotros se me antojaba ciertamente molesto.
Después, dejamos las maletas en el correspondiente apartamento (titulado “Santiago” y que no estaba nada mal a pesar de disponer únicamente de una cama de matrimonio y un sofá cama), dejamos a Jonathan en una zona céntrica para que llegase a su hotel (nuestra añorada Pensión Maricel) y buscamos aparcamiento en la periferia para dirigirnos a cenar algo. Nuestro objetivo era cenar en el Bar Galicia, situado en la Calle Angel Vidal justo enfrente del cine El Retiro. Ya habíamos cenado allí el año anterior unas pizzas muy jugosas y unos ardientes chorizos del infierno que recordamos durante meses, por lo que queríamos repetir la experiencia a modo de conmemoración. Lamentablemente, eran casi las doce de la noche, y el establecimiento nos indicó que la cocina estaba cerrada. No obstante, nos invitó a regresar al día siguiente, que no habría problema alguno para darnos de cenar.
Cuando aún otro establecimiento ni siquiera nos dejó entrar en el restaurante, negándonos de forma enérgica con los brazos desde veinte metros de distancia, decidimos entrar en una hamburgueseria donde la cocina aún parecía estar en marcha, a tenor del ajetreo de detrás de la barra y de la clientela que había en su interior. Se trataba de Frankburger Pedralbes, situada en Calle Jesús 8, una hamburguesería con diferentes variaciones del plato estrella, y donde rápidamente nos invitaron a sentarnos y tomarnos nota. Las agradables dotes de comunicación y la comicidad del camarero terminaron por transmitirnos buenas sensaciones (por cierto, muy recomendable la carta, especialmente la hamburguesa moruna que me pedí). Al fin, creo que mentalmente pudimos asimilar que estábamos en Sitges, y veníamos a disfrutar del Festival. A la salida de la cena, las calles volvían a tener ese ambiente cálido, apacible y ocre que años atrás, en mi primera visita, se me había grabado a fuego en la memoria.
Y de esa forma, se acercaba nuestro primer contacto cinematográfico. Teníamos entradas para la maratón de “La nit + killer”, que empezaba a las 01:15 horas, y cuyo objetivo era alargarse hasta el amanecer. Sabíamos que no llegaríamos hasta el final, pero quedaba la incógnita de ver hasta cuando aguantarían nuestros cuerpos, reventados después de esa maratoniana ruta de medio millar de kilómetros.
La proyección era en el Cine El Prado. Nunca había estado en él, y como siempre recordaba los cines de Sitges como grandes y confortables salas, me sorprendió levemente darme cuenta de que se trataba del cine más pequeño y castigado de todo el abanico de la población. Especialmente los baños, dignos de alguna pesadilla visceral de Sitges y con personaje peculiar incluido, y el palco, donde decidimos instalarnos para poder estar los cuatro juntos debido a que toda la zona inferior ya estaba prácticamente ocupada. Así, un cuatro sillas de oficina, nos dispusimos a iniciar el maratón, que dio comienzo con la presentación por parte de varios responsables de las diferentes producciones que se iban a proyectar.
La maratón, propiamente dicha, se inició con un potente corto titulado Arrét Pipi (Maarten Groen, 2016), con una carnicería que tenía lugar precisamente en los baños de una gasolinera. De enorme impacto visual, el corto poseía el tono adecuado para predisponer a la audiencia a unas buenas dosis de terror y diversión sangrante.
Poco después dio comienzo el primer largometraje, Downhill (Patricio Valladares, 2016), que con comienzos de found footage, resultó ser una curiosa mezcla survival, cine demoníaco y películas de culto a seres larvarios. Aún con algunos obstáculos argumentales contenía los ingredientes suficientes para que el público mantuviese el interés durante todo su metraje.
No ocurrió lo mismo con la siguiente propuesta, Psychophonia (Brianne Davis, 2016) que pese a un inicio prometedor que abordaba el tema de las llamadas desde el más allá, no terminaba de ofrecer nada más que un thriller corriente con coqueteos entre las aventuras sexuales de su protagonista y briznas paranormales. El bajón fue considerable entre varios asistentes, especialmente entre nosotros cuatro, que decidimos poner fin a nuestra jornada. Eran las cuatro de la mañana y nos parecía suficiente, más teniendo en cuenta de que algunos llevaban despiertos desde horas bien tempranas esa mañana.
SÁBADO 10 DE OCTUBRE
Nos levantamos razonablemente pronto, teniendo en cuenta que nos habíamos dormido cerca de las cinco. Fui el primero en hacerlo, principalmente porque tenía que volver a la recepción del hotel para solucionar el desaguisado de la reserva ocurrido el día anterior. Para mi sorpresa, nada más entrar el recepcionista me informó que ya habían solucionado el tema.
Mientras conducía de vuelta al apartamento, me di cuenta de lo precioso que es Sitges en las primeras horas de la mañana, con el sol reflejándose en el mar e irradiandando todo el paseo marítimo. Según nos dijeron después, fue de los pocos momentos que el Festival de ese año iba a ver el sol, pues esa misma tarde ya caería la primera tromba.
Desde el apartamento, situado en las afueras, fuimos caminando hacia población, donde pedimos unos rápidos bocadillos y un café para llevar, ya que nuestra próxima sesión, Colossal, estaba a punto de empezar.
Así, alrededor de las 11:30 de la mañana ya estábamos en la cola de El Retiro, desayunando y a punto de entrar a la sala. Cuando nos acercábamos a la entrada, en una furgoneta estaban metiendo los rollos de la película, al parecer de The Love Witch (íd., 2016), lo que nos produjo cierto grado de curiosidad por lo inusual para nosotros del traslado.
Una vez dentro, me llevé una sorpresa al comprobar que la sala había sido renovada desde la última vez que la visité, con unas confortables butacas de color azul y además, más grande de lo que la recordaba. Y pudimos encontrar un sitio más o menos decente donde poder sentarnos los cuatro juntos para ver la nueva propuesta de Vigalondo. De hecho, el propio director, con gafas de sol, subió al escenario para hacer una rápida y disparatada presentación, en la que animó al público a aplaudir lo suficientemente fuerte. Si eso ocurría, quizás la protagonista de la película, Anne Hathaway, aparecería en la sala. Por supuesto, era una broma, pero toda la audiencia lo intentamos.
En cuanto a la película, se trata de una ingeniosa mezcolanza de géneros donde se nos narra la historia de una joven con problemas alcohólicos y de responsabilidad, que se ve envuelta en un curioso giro de acontecimientos donde un monstruo gigante que aparece en Seúl tiene una vinculación muy peculiar con ella. Prefiero no adelantar mucho sobre el argumento de la misma, porque mucho del encanto del filme reside en ciertos elementos del mismo, su ingenio y su excentricidad, pero diré que cuando la narración parece que va adentrarse en algo cómico y burlesco sobre el kaiju eiga, sufre un giro que la dirige hacia otra parte. Sin olvidar nunca el humor negro, fue toda una bienvenida sorpresa con diversos mensajes sobre la aceptación de uno mismo, el alcoholismo y la relación con los demás, amén de una magnética interpretación de Hathaway y de un Jason Sudeikis brillante.
De igual forma, nos sorprendió la producción de la película, probablemente la más cara de la carrera de Vigalondo, especialmente la última parte ambientada en Seúl. En toda la película no hay escenas de destrucción del nivel de las superproducciones actuales, pero las escenas finales en la urbe coreana elevan el nivel lo suficiente para lograr un clímax final adecuado.
Con todo, el público pareció acoger con agrado la nueva película de Vigalondo, al igual que nosotros, que salimos del cine hablando de aquello que más nos había llamado la atención. Para algunos, de hecho, es ya la mejor de su director.
Puesto que era ya el mediodía, procedimos a buscar algún sitio para comer. Habíamos dejado el Bar Galicia para la noche, para ser totalmente fieles a nuestro viaje del año anterior, y tras dar una vuelta por las callejuelas y comparar diversos establecimientos, terminamos en el restaurante Jardín Bamboo, en Calle Sant Pere nº 4,con un menú del día muy económico y un servicio muy atento. Podría decir como todos los restaurantes chinos, pero aquí había un nivel más.
A la comida se unió mi hermana, y una vez visto la calidad de los platos y el surtido, fue una buena elección. Después, dimos un paseo por el paseo marítimo, viendo todos los puestos repletos de libros, camisetas, posters y otras chucherías del fantástico (además de encontrar por casualidad algún ejemplar de mi viejo conocido “¿A quién vas a llamar?”). Al final del paseo, algunos ya se estaban maquillando para la Zombie Walk que tendría lugar esa tarde, mientras que dos individuos ataviados con un grotesco maquillaje animaban el cotarro.
Paulatinamente, conforme la tarde avanzaba, el cielo iba cubriéndose y oscureciendo, lo que presagiaba una tormenta. Tras un refresco en las terrazas de enfrente del cementerio, nos dirigimos al Meliá, donde habíamos quedado con Jonathan para asistir a la premiere europea de Shin Gojira, como dijimos. Allí, junto a Beatriz, se encontraba José Luis, y tal como habíamos prometido, nos hicimos una foto los tres seguidores del kaiju eiga, para recordar aquellas fotos de grupos de más de una década atrás. Igualmente, aproveché para saludar a Luis Miguel y Raúl, de la revista Scifiworld, a los cuales siempre tengo la “desgracia” de ver en estas condiciones: deprisa y corriendo. Y es que como la hora del pase de la película se estaba acercando, tuvimos que marcharnos a hacer cola.
Teníamos entradas numeradas, así que no había excesivo problema en ese sentido, pero creedme si os digo que no estaba preparado para ver lo que ví. La fila de personas dispuesta a asistir al pase daba prácticamente la vuelta al Meliá. Nunca en mi vida he visto tanta afluencia para ver una película del monstruo, y no estoy seguro de si lo volveré a ver. ¿En serio una nueva película de Godzilla genera tanto interés entre el público español? Todavía sigo sin creérmelo.
Aún en la cola, empezaron a caer las primeras gotas de lluvia, pero por suerte, en breve accedimos al edificio en sí mismo.
Recordaba muy bien lo grandioso del Auditori, pero aún así me sigue maravillando la majestuosa sala, con su forma triangular y sus butacas interminables. Y como os decía, ver la sala totalmente llena, repleta de espectadores ansiosos de contemplar la nueva película del rey de los monstruos, hizo que el entusiasmo y el sentimiento “kaiju” surgiera a flor de piel. Más de mil personas a punto de recibir a Godzilla como se merecía. Jonathan estaba pletórico, y yo eufórico.
Se apagaron las luces, y dio comienzo la proyección. Un banner de A contracorriente films sentenció aquello que ya sabíamos. La película sería lanzada en España a principios de año por esa misma distribuidora, por lo que fue otra pequeña alegría constatarlo en este pase.
No hablaré aquí tampoco de la película en sí (en breve publicaremos un exhaustivo análisis por parte de Jonathan), pero me dio la sensación de que algunos espectadores esperaban otra cosa, quizás algo más de aventura “pop”, tipo la pasada etapa Millennium o similar. Lo digo porque en determinados momentos de los primeros treinta minutos, percibí alguna que otra risa que no estoy seguro que encajara con lo mostrado en pantalla. La película tiene un tono muy áspero que tras esa primera media hora barrió cualquier atisbo de aventura ligera, y se ciñe a rajatabla en exponernos una radiografía de la burocracia japonesa actual. Y si bien he de admitir que no estoy seguro que una gran parte de los espectadores pudiese empatizar con esta fórmula tan “cerrada” sobre Godzilla, a mi me pareció toda una sorpresa este Shin Gojira. Por un lado por su madurez, pero también por su narrativa (en algunos momentos frenética, con multitud de variantes para mostrarnos la dinámica de algo tan aburrido en principio como la organización política). También me encantó la representación del monstruo (con una secuencia nocturna GLORIOSA), además de sus múltiples resonancias a todo lo concerniente al origen de Godzilla. El broche final fue la utilización en la película de ciertos temas musicales de Ifukube, especialmente uno en concreto que hizo que, durante unos minutos, tuviese uno de los momentos más catárticos de mi vida como seguidor del kaiju eiga, por su furia y su potencia vertiginosa. En resumen, Shin Gojira me pareció una declaración de intenciones de sus realizadores, innovadora y decisiva.
Cuando se encendieron las luces, me di cuenta de que había asistido al mejor pase de mi vida de una película de Godzilla, en parte por lo que acababa de ver, y por otra parte por ese marco incomparable que os he descrito antes. Jonathan y yo no parábamos de parlotear cuando nos reencontramos a la salida, diseccionando aquello que no nos había acabado de gustar, y ensalzando aquello que nos había entusiasmado. A esa charla entusiasta se unió José Luis, explicando aquellos rasgos tan característicos del lenguaje audiovisual de Hideaki Anno.
En la misma salida, Jonathan me presentó a Fabien, un periodista francés también seguidor del kaiju eiga, que se había desplazado expresamente desde su país para asistir al mismo pase que habíamos presenciado. Su opinión coincidió con las de nosotros. Después, nos sentamos en el jardín del Meliá, y aprovechamos para mantener una conversación repleta de monstruos y robots gigantes con Raúl, de Scifiworld, y un compañero, cuyo nombre no consigo recordar.
Se hacía la hora de cenar, así que nos marchamos a intentar una vez más acceder al Bar Galicia. En esta ocasión lo conseguimos, tras una espera de unos veinte minutos, y de darle la vara una vez más al personal del establecimiento haciéndoles saber que veníamos desde Alicante con la idea de degustar una vez más sus pizzas y chorizos ardientes. Y, como había ocurrido el año anterior, volvimos a salir encantados del restaurante. Mientras mis acompañantes decidieron acudir también al mismo pub en el que estuvimos el año anterior, yo me ocupé de trasladar en mi coche a Jonathan y Bea de una punta a otra de Sitges, pues la tormenta se había detonado, y lo mejor era evitar la furiosa lluvia en la medida de los posible. Antes de despedirnos, quedamos para el dia siguiente, estacioné lo más cerca que pude del apartamento, y regresé de nuevo a Sitges caminando. Ya no llovía, pero esquivar los ríos improvisados por las calles de la población también implicó empaparse las zapatillas totalmente.
Reunidos con mis acompañantes en aquel pub de la C/Illa de Cuba al que me refería antes, estuvimos disfrutando del ambiente nocturno y apretado del local, y a eso de las tres de la mañana iniciamos el camino de vuelta al apartamento, entre fotos improvisadas, carcajadas someras, máquinas expendedoras “asaltadas”, árboles escalados contra el cielo nocturno con una luna testimonial, y charlas “trascendentales” al pie de la cama.
DOMINGO 11 DE OCTUBRE
No teníamos que madrugar especialmente, y gracias a que pudimos rascar algún minuto, nos pusimos en marcha sobre las 11:00 de la mañana. Tras rehacer las maletas y abandonar el apartamento (adiós, Santiago) regresamos a la población una última vez para desayunar. De camino, nos encontramos un stand del Festival con una mano de Star Trek, y nos hicimos la última foto con la misma pose. Después, fuimos a la misma cafetería del día anterior, una de las pertenecientes a la franquicia “Grainier”. Resulta curioso que, aunque ya había terminado mi pastel de manzana, y justo estaba ensalzando los sabores de una “bomba de chocolate”, una de las chicas aparecía desde la cocina con una bandeja con un buen montón de “bombas”. No pude reprimirme, aunque éstas eran de crema. El caprichoso y dulce destino.
Posteriormente, regresamos con el coche una última vez al Meliá, para recoger a Jonathan, quien me contó que había podido hablar con Ángel Sala unos minutos sobre Shin Godzilla. Después de, ahora si, la última foto en Sitges en el stand del Festival, fuimos a despedirnos de José Luis. Y como suele ocurrir, lo que iba a ser una breve despedida, condujo a hablar unos minutos sobre la película en cuestión. Y así, alrededor de las 13:00 horas abandonamos un Sitges nublado que acababa de comenzar. Aún quedaba toda una semana de Festival, y por lo que supe después, las nubes y las lluvias sería una constante de esta edición.
Claro que no teníamos el mismo entusiasmo que el viaje de ida, pero entre música y charlas amenas, el viaje de regreso a la Costa Blanca se hizo rápido, más de lo normal en este tipo de vueltas a la rutina. Conforme nos acercábamos a Castellón, y dejábamos atrás Cataluña, el sol iba haciendo acto de presencia. Nuestro “anhelado” y caluroso clima nos daba la bienvenida.
A eso de las 15:30 ya estábamos en Castellón, haciendo una parada para comer. El sitio donde lo hicimos, Nikol´s Burguer, sito en Carrer del Maestre Arrietacnº 8, no estaba mal acorde con el precio, si bien notamos demasiado que fuimos los últimos clientes del restaurante. Después de despedirnos de Jonathan, seguimos el viaje de vuelta, con un ambiente sosegado y viendo como se oscurecía el día poco a poco, hasta que llegamos a San Vicente casi entrada la noche. La aventura concluyó sobre las 20:00, con cada uno de los miembros de la expedición entrando en su domicilio tras un fin de semana monstruoso, del cual siempre recuerdo los paseos por las calles circundantes de aquella población costera. ¿Qué nuevos desafíos, obstáculos, y películas por descubrir nos deparará la próxima edición de Sitges? ¿Veremos una nueva entrega de Godzilla allí? ¿Quizás una nueva kaiju eiga aún por concebir?
Octavio