Godzilla: El Devorador del Planeta
Título español: Godzilla: El Devorador del Planeta |
Título americano: Godzilla: The Planet Eater (Godzilla: El Devorador del Planeta) |
Título japonés: Gojira: Hoshi o Kuu Mono (Godzilla: El Devorador del Planeta) |
Año: 2018 |
Duración: 90 minutos |
Música: Takayuki Hattori |
Director: Kobun Shizuno, Hiroyuki Seshita |
Productor: Takashi Yoshizawa |
Guión: Gen Urobuchi |
Intérpretes: Mamoru Miyano, Takahiro Sakurai, Kana Hanazawa, Tomokazo Sugita, Yuki Kaji, Reina Ueda, Ari Ozawa, Daisuke Ono, Ken’yû Horiuchi, Kazuya Nakai, Kazuhiro Yamaji, Saori Hayami. |
Monstruos: Godzilla, Ghidorah, Mothra |
Argumento: Tras el fallido intento de destruir a Godzilla por parte de los Bilosaludos usando el Nanometal, la aparente inmunidad de algunos humanos a la contaminación de este elemento les hace creer que se trata de un acto divino y abrazan la religión Exif. |
Normalmente las obras de tres actos siguen una especie de patrón que se apoya en una estructura dramática que resulta gratificante: una primera parte donde se presenta el mundo y los personajes, una segunda parte en la que todo se desmorona y una tercera parte en la que se resuelve el problema y se llega a un desenlace. La mayoría de las veces es el segundo acto de la obra el más oscuro, pues es ahí donde las situaciones son las más peliagudas y casi nunca se resuelven, lo que deja en el espectador una sensación agridulce hasta que no llega la resolución en la tercera parte. En muchos casos, es precisamente la segunda sección la más interesante pues es ahí donde los protagonistas se humanizan, se acercan a nosotros y los vemos más accesibles y frágiles, más creíbles y anclados con nuestra realidad. Curiosamente, en la trilogía que nos ocupa, la tensión dramática se ha acumulado casi por completo en el tercer acto, y esta Godzilla: El Devorador del Planeta nos golpea con una obra brutal, apocalíptica y extraña (a la vez que fascinante) que, aun con una resolución bastante satisfactoria, deja mal cuerpo en el espectador.
Es interesante observar como las tres películas que forman esta mini-saga se han aferrado a una temática distinta en cada una de sus entregas que las han diferenciado claramente, aunque sean secuelas directas. La primera parte nos hablaba del hogar, de la naturaleza perdida. La segunda parte se centraba en la tecnología y en sus peligros para el alma humana. Esta tercera película nos introduce de lleno en conceptos que en los anteriores filmes sólo se habían perfilado: la religión y la espiritualidad del ser humano. La misma introducción ya nos pone en situación: Metphis abre el film con una narración en la que insinúa que Haruo es una especie de nuevo mesías, casi un nuevo Jesucristo. Por supuesto, eso tendrá un desarrollo a lo largo de la película y se reflejará con total fuerza en el final, aunque creo que se desaprovecha un poco, pues el destino de este personaje es demasiado importante como para no mostrar en más detalle las ramificaciones de su fatídica decisión final. Tras el desenlace de Godzilla: La ciudad al filo de la batalla queda bien claro que Haruo eligió su humanidad por encima de la tecnología, no se dejó dominar por el Nanometal para vencer al rey de los monstruos y en parte Yuko ha pagado el precio por ello. Así que Haruo abrazó su humanidad aunque eso representara no destruir a su mayor enemigo. Aquí, la apuesta es aun mayor: ¿puede Haruo aceptar a Dios para que éste destruya a Godzilla aunque ello represente destruir el mundo? Es difícil apuntar más alto.
Sin la más mínima duda, nos encontramos ante la película de Godzilla más religiosa de toda la saga. Si bien ya habíamos visto pinceladas en los anteriores filmes, aquí las alegorías religiosas no sólo inundan toda la historia, sino que forman parte del propio ADN de ésta. Aunque hay una breve conversación al inicio sobre el origen nuclear del monstruo, aquí casi parece que Godzilla haya sido una creación divina destinada a destruir nuestro mundo para que el propio Dios (¿Ghidorah?) nos absuelva de nuestros pecados y traiga la paz al universo. Es una especie de Alfa y Omega radicalizada, una historia de muerte y renovación que en este caso se apoya en elementos que rara vez vemos en la ciencia-ficción. De hecho, creo que es una obra de la que resulta difícil hablar, pues parece apuntar a conceptos demasiado elevados, pensamientos de cierta profundidad que no siempre son compartidos entre nosotros y de los que las personas a veces no hablan en demasía. Puede parecer exagerado, pero es quizá un film que conviene visionar con la mente muy abierta y en cierta forma, con el corazón también abierto.
Técnicamente, el film mantiene la tónica de sus dos entregas anteriores: una animación bastante estática y rígida, aunque en este caso muy colorista. Los diseños tecnológicos pasan a un segundo plano y aquí casi siempre la acción se sitúa en escenarios naturales, alternando los colores cálidos de las cuevas Hontuas con los verdes y azules de la frondosidad de la superficie de la Tierra. Quizá he percibido a un Takayuki Hattori más soso que de costumbre, con una banda sonora musical que pasa demasiado desapercibida, es casi rutinaria.
Siguiendo con lo visto anteriormente, los Hontuas y su civilización se perfilan mucho más y su objetivo en la historia se apuntala sin dilación: si bien en un inicio es su tratamiento de los heridos lo que les ha protegido de la invasión del Nanometal en sus cuerpos, es precisamente este hecho el que los humanos verán como algo divino, como un milagro, y será eso lo que será el catalizador de la historia. Descubrimos sus capacidades telepáticas (lo que Metphis llama “pensamiento distintivo”) e incluso su sexualidad, en una secuencia que en un principio parece que roza la frivolidad pero que se convertirá en la semilla de la resolución de la historia. Miana y Maina vuelven a ser participantes capitales en la trama, en este caso de una forma sorprendente en más de un sentido.
La conversión de los humanos a la fe Exif es quizá demasiado rápida, habría sido interesante mostrar esa transformación de una forma más paulatina. Aun así, es toda una visión en ese futuro apocalíptico y tecnificado el ver a los humanos uniéndose en oraciones en las que casi dejan su destino totalmente en las manos de Dios. ¿Es Ghidorah Dios? Aparentemente, para los Exif es así, un Dios de la destrucción que requiere de ofrendas vivas en sacrificio. “Las alas del declive” lo llaman, y si bien el Ghidorah que vemos aquí no tiene alas, es una buena descripción de su sentido en la narrativa. En su primera aparición salido de una especie de agujero de gusano (sospechosamente parecido al visto en Interstellar), nos recuerda al dragón Shenron de Dragon Ball: una especie de serpiente gigante imbuida en una luz espectral dorada que se desliza con pasmosa facilidad por el espacio y por los cielos. Su llegada a la Tierra a través de las nubes nos trae reminiscencias del clásico Dogora de Ishiro Honda, mientras que en su brutal y terrible aparición en la cueva es sin duda un homenaje a la apertura del arca de la alianza al final de En busca del arca perdida. Su rugido original se mantiene (aunque suena más fuera de pantalla que cuando le vemos) pero ahí terminan los parecidos con el monstruo clásico de 1964. De nuevo es, al igual que Godzilla, un concepto que sirve para otros elementos de la historia, así que no tiene personalidad ni un comportamiento definido, es tan sólo un elemento de destrucción de connotaciones divinas (indetectable por máquinas, ¿es celestial?) que imparte una especie de justicia terrorífica en nuestro universo. Es un concepto interesante aunque está tan alejado de la idea clásica que no entiendo muy bien porqué lo han llamado Ghidorah cuando podría haber sido cualquier otro monstruo.
Personalmente, habría obviado la previsible y fugaz aparición de Mothra. Creo que le resta fuerza a la determinación de Haruo durante su ensoñación celestial en la parte final (también me recuerda muchísimo al viaje incorpóreo del joven Kal-El hablando con su padre en el Superman de 1978), y parece que necesite el apoyo del insecto gigante para mantener su férrea voluntad ante la seducción de Metphis y sus ideales religiosos. Da un pobre servicio a la historia y creo que es más una distracción que otra cosa, innecesaria para mi gusto en medio de ese momento lleno de fuerza: el propio Haruo viviendo el bombardeo de Hiroshima mientras Metphis le sermonea con frases tales como “Godzilla fue el castigo de vuestra arrogancia por estar siempre sedientos de gloria”. Por supuesto, no es un discurso casual, sino que formará parte de la escalofriante resolución de la trama, que nos mostrará precisamente la semilla de la sed de gloria del ser humano y cómo Haruo decide cortarla por lo sano. Es una pena no ver en pantalla más muestra de las repercusiones de su acto final que esa breve secuencia post-créditos que parece poco más que anecdótica.
Me alegro de que un primer acto tan irregular en esta trilogía haya catalizado un tercer acto tan personal e interesante. Estoy seguro de que no será del gusto de todos y lo más probable es que le cueste encontrar una audiencia, pero pienso que esta saga ha mejorado con cada entrega y en este caso visionar la película va más allá de lo que es ver una simple película. Hay una intensidad conceptual en Godzilla: El Devorador del Planeta que no es fácil de ver en los filmes del rey de los monstruos y hay que intentar digerir el tridente de ideas de la saga con la mente muy abierta, sobretodo en este caso. Para mí, un broche final muy satisfactorio.
Rubén Ortiz (Redactado el 12 de Enero de 2019)